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domingo, 5 de agosto de 2012

El Sacerdote

-Padre, ¿Cómo sabe cuando el madero está bien pulido?- 
-Cuando el madero está bien pulido, mi pequeño, queda sin puntas filosas y completamente liso, sin ninguna porosidad. Y sólo así puedo pintarlo. ¿Entendés? 

Era esa siempre la respuesta del hombre al niño que no tenía otro lugar donde vivir que la capilla en construcción de Ypacarai. 

El curapárroco del santuario en fabricación era Sixtino, quien se encargó él mismo de la construcción de la capilla y todo lo demás que debía de tener; por el momento se encargaba de los asientos. Los lijaba para pasarles un betún aislante. 

Construiase también, unos kilómetros más adelante (cerca del lago), un cementerio pues donde nace gente también muere gente. El predio mortífero ya contaba con tres sepulcros ocupados: la madrastra de Sixtino, el padre de Sixtino, y una joven que no había podido ser identificada nunca. 



El curapárroco miraba siempre el calendario, que se hallaba con tres fechas marcadas en cada mes. 

Este mes (abril), las fechas 14, 15 y16 eran las que llevaban una marca encima. El señor estaba fuera todas las fechas marcadas en su calendario; fecha marcada, fecha en que pasaba la noche fuera de la construcción. 
Los pocos residentes de la ciudad decían que tenía un amorío, otros decían que simplemente pasaba la noche en su casa con su familia de Capiatá. 




La “notte” del 16 de abril del año 1889, brillaba en las alturas la Luna Llena. Una mujer, en profunda embriaguez y con una pipa de cannabis humeante al lado, arrodillada frente a la tumba de la joven desconocida, estaba hablando en susurros. Ubicadas en fila a la izquierda y de la mujer tres velas flameaban y junto a estas un ramo de lirios recientemente cortados. 


-Nadie te ha conocido, mi amor, está todo correcto así… y nadie podrá conocerte…-decía una y otra vez casi para sí misma- 
Lanzó un gruñido, como encolerandose de la nada, y tomó el ramo de lirios, y lo puso al fuego de una de las tres velas. 



-¿Sabés?, la ocupante de ese sarcófago fue una exquisitez – una voz de la nada…- 
-¿Quién está ahí?- Preguntó la mujer- 
-Ese humo no te deja pensar muy claramente, mujerzuela- 
-¿Cómo es que podés hablar así de un ser humano fallecido?, ¿Exquisitez? ¿Sos el luisón o qué?- 
Una carcajada 
Un aullido profundo 
Una aguda exclamación de horror y pánico ensimismados. 
…Y la mujer sólo pudo ver unos ojos rojos borrosos por el efecto del humo de marihuana, una boca enorme provista de navajas blancas. Y el último dolor que sintió en su existir contaminado de su yugular abriéndose como una rosa. 


Un nuevo sepulcro 
“En memoria de la joven Elizabeth, que en donde descansa tu dulce hermana hallaste el fin de tu existir” 

Los pocos que conocían a Elizabeth siempre la veían en compañía de una muchacha rubia algo más baja de estatura que la primera. 
Pero se sabía poco de ambas, al parecer ninguna tenía casa propia. Siempre saliendo de diferentes puertas. Siempre tomadas de la mano como hermanas. 

Iban con el rostro tapado por caperuzas andrajosas y añejas. Por esa razón se decía que eran brujas ellas; mas nunca tal acusación fue promovida ni reputada, no eran más que habladurías… 



Una noche del 1888, un 23 de abril, iban las “hermanas”, con candelabros en manos, por la vereda roñosa en dirección al baldío que un año más tarde se convertiría en la primera capilla de la recién fundada ciudad. 
Metiendo un fósforo en el interior del candelabro, obtiene una llama que Elizabeth pasa a su compañera. Esta, mientras sostiene el fósforo encendido, saca de alguna parte de su caperuza un artefacto de tacuara (bambú) con tres agujeros. Elizabeth derrama unas hojillas trituradas en el agujero de la parte superior. Y la otra mujer enciende el contenido. 



Mientras que la marihuana hacía su efecto sobre ambas mentes, una nube grisácea tapó la Luna Llena, ennegreciéndose la noche. Esto hizo que ambas narcotizadas se sobresaltaran exageradamente a causa de las alucinaciones provocadas por el venenoso humo. 

Hubo, quebrando el silencio, un sonido sordo como de pisadas sobre el césped. Algo se movía entre el yuyal. 
En un solo acto de horror, una figura gigante como la de un gorila se abalanzaba sobre Elizabeth, pero, el segundo exacto, su hermana se interpone entre la garganta de su Elizabeth y las fauces del irreconocible ser, quien optó por desnucar a la joven mientras, sumida en un empañado pánico, Elizabeth huía desesperada temiendo por su existencia. 



La ciudad amaneció con el alba del día 24 de la “Cuarta Luna” con la noticia de la presencia de un cuerpo desfigurado en el interior de un patio baldío. Le faltaba todo el contenido abdominal, parte de su muslo izquierdo (arrancada la carne y el hueso expuesto). Yacía una gigantesca perforación en el esternón, el corazón fue extraído de manera tal que la vena aorta salió entera puesto que tal vaso sanguíneo no estaba. La mitad de su rostro fue totalmente despellejado, dejando expuestos los músculos faciales. 
A falta de una autoridad eclesiástica, los pobladores decidieron enterrarla en ese mismo lugar, como recordatorio del peligro que ese lugar representaba para las personas. 
El cuerpo fue imposible de identificar, sólo una persona iba a visitar su sepulcro, pero dado que era una de las mujeres misteriosas y “hechiceras”, jamás nadie se animó siquiera a hablarle… 



Si bien el padre Sixtino vivía en la capilla en construcción, vivía en la capilla en construcción, hace dos años (cuando no existía en ese terreno nada) no vivía en otro lugar más que una posada, propiedad de su padre, un hombre muy rico de descendencia inglesa. 
El curapárroco, como siempre, tenía tres fechas de cada mes marcadas con lápiz de grafito. Y siempre salía en esas fechas… 



Un jueves, de Luna Llena, el padre del sacerdote bajó a revisar la chimenea (hacía bastante frío), tenía que, inevitablemente, pasar por la habitación de su hijo. 
No estaba nadie en el recinto. 

Detrás de la pensión estaba el terreno baldío donde más adelante iba a ser asesinada una joven “bruja”. Dicho terreno pertenecía al padre de Sixtino. 
El viejo salió en busca de su hijo, y llegando cerca de donde comenzaba el pastizal oyó voces: 
-¡Enciéndela ya!-decía una voz- 
-Yo fumaré primero-respondió otra voz- 
-¿te crees el dueño de la marihuana?- 
-Soy el dueño de la pipa…- 
Se escuchó el sonido de un fósforo incinerarse y después llegó hasta el viejo el hedor del humo de la hoja alucinógena. 

El patio trasero estaba bastante iluminado con lámparas de queroseno que colgaban del alargado techo de la casona. 

El Don, por temor a que los fumadores lo viesen, giró sobre sí mismo en dirección a su casa, pero antes de que empezara a caminar se encontró con la “matrix” del terror. 

La criatura, de aspecto canino, era gigantesca, oscura y de ojos rojizos. 

El crujir de la vertebra “Atlas” en el cuello del inglés fue tan sonoro que hizo huir despavoridos como gallinas a los muchachos drogados del pastizal. 

Con el nuevo sepulcro a construirse, se oficializaba como cementerio de la ciudad ese terreno llano donde el fallecido (y destripado) dueño de la posada y padre de Sixtino había decidido (unos meses antes) que descanse su mujer. 



La madrastra de Sixtino casi no conocía nada de la infancia del mismo, ni siquiera le interesaba; no supo, por ejemplo, que cuando él era adolescente, hurtaba las gallinas del gallinero del vecino cuando vivían en la Asunción post-guerra, y decían las lenguas malas que se las comía crudas como si fuese él un lobo. No supo tampoco que había sido expulsado del cuartel por agredir con los dientes a un compañero y por posesión de marihuana. 
Sabía que él tenía varios otros hermanos varones, pero no sabía exactamente cuántos ya que ni le importaba. Incluso inventaba excusas para que su padre le reprendiera, a pesar de que Sixtino ya tenía bastante edad para procurarse un lugar propio, su entrenamiento para ser sacerdote le dejaba sin tiempo para trabajar y ganarse un sueldo. 



Una noche en que el astro gris brillaba entero (Sixtino siempre salía en las noches de Luna Llena), la desagradable mujer decidió por irrumpir en la habitación del futuro sacerdote para encontrar pruebas de que es un drogadicto. Encontró la prueba. 
Aún humeaba la pipa y, como la señora acercó bastante la cara al artefacto para saber du qué se trataba, su cerebro se nubló casi por completo. Salió casi arrastrándose al patio. Las nauseas la atormentaban, se acostaba y levantaba tratando de que el efecto se le pase. 


De entre los arbustos del jardín, a varios metros del pequeño cementerio, salía algo espeluznante, tenía una gallina en la boca. Pero al ver a la mujer, decidió que la nueva presa era mejor. 


Unos meses después, en la ciudad de Ypacarai inauguraba su municipio y un nuevo sacerdote era asignado para las celebraciones religiosas. 

Prologo y Breve Mensaje Mío

Cuando empezé a escribir cuentos, comprendí que me resultaba cómodo y hábil hacerlos diminutos y con finales estrafalarios, de modo que me inicié en la carrera literaria de los cuentos de "suspenso" y "terror". No tengo miedo del impacto que cause en las masas estos cuentos, lo que más me produce éxtasis es el crearlos y leerlos a un reducidísimo grupo de amantes de la lectura o simplemente gente que no tiene nada que ver con la lectura pero gusta del suspenso y la sensación de miedo en los corazones. 

Nunca creí que mis historias serían tan populares entre mi circulo de conocidos, amigos y familiares... Debo admitir mi mediano orgullo hacia mi habilidad para usar palabras tan bizarras y rebuscadas como mi maestro Allan Poe (si no hubiese leído ni obsesionado con sus relatos, no haría lo que hago hoy) y su mismo trama envolvente y hacedor de pesadillas que tanto me encantan tenerlas por la noche... Sí, me encanta sentir el terror... ¡Adoro el terror y la fobia!

Les dejo el paso libre a los amantes del terror, están todos invitados a morderse las uñas o simplemente tensar sus venas mientras leen las letras oscuras y pequeñas de mis relatos... ¡Les saludo! 


Fabricio G. Zárate O.